Metáfora ACT: el Niño con Rabietas

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En la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), una de las bases fundamentales es trabajar la relación con los llamados eventos privados: pensamientos, emociones, recuerdos y sensaciones que forman parte de nuestra experiencia interna. Muchas veces, las personas intentan controlar estos eventos indeseados utilizando estrategias basadas en la evitación experiencial. Este esfuerzo de control, conocido como agenda de control, aunque bien intencionado, tiende a ser contraproducente. Al intentar suprimir o evitar estos eventos, su intensidad y frecuencia aumentan, generando un círculo vicioso que agrava el malestar psicológico.

Esta paradoja se debe a la creencia de que, de la misma manera que podemos controlar nuestro comportamiento visible con esfuerzo y voluntad, también podemos controlar nuestros pensamientos o emociones. Sin embargo, este enfoque suele ser ineficaz. En lugar de lograr alivio, la lucha por el control intensifica los síntomas, como ocurre en trastornos como el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno de pánico o la ansiedad generalizada.

Aquí es donde ACT introduce estrategias como la desesperanza creativa y herramientas prácticas para fomentar la aceptación y la disposición. Una de las más efectivas es la metáfora del niño con rabietas, que ilustra de manera clara y accesible cómo funcionan estas dinámicas internas y cómo podemos abordarlas.

La metáfora del niño con rabietas

Imaginemos a una madre en un parque, enfrentándose constantemente a las rabietas de su hijo pequeño. Cada vez que el niño empieza a llorar, gritar o patalear, ella interrumpe lo que está haciendo para intentar calmarlo. Le presta toda su atención, cede a sus demandas y busca resolver rápidamente la situación para detener el llanto. En ese momento, logra un alivio temporal: el niño deja de llorar y parece que todo vuelve a la calma. Sin embargo, esta tranquilidad es fugaz, porque las rabietas no solo vuelven, sino que se hacen más frecuentes e intensas.

Desde su perspectiva, la madre está actuando de manera lógica y amorosa. Piensa que calmar al niño inmediatamente es lo mejor para protegerlo de su propio sufrimiento y para reducir el malestar que ella misma siente al verlo llorar. Sin embargo, lo que realmente está ocurriendo es que, sin darse cuenta, está enseñando al niño que el llanto es una herramienta efectiva para conseguir lo que desea. Así, cada vez que responde de esta manera, refuerza el comportamiento del niño, consolidando un ciclo que parece no tener fin.

Con el tiempo, la madre empieza a sentirse cada vez más agotada e impotente. Se pregunta por qué, si está haciendo todo lo posible por educar a su hijo, las rabietas solo empeoran. Además, su sentimiento de culpa crece: ¿no debería sentirse mejor al hacer lo correcto por su hijo? Este dilema la deja atrapada en un bucle de desesperación, repitiendo una estrategia que no está funcionando y que la aleja de sus objetivos como madre.

Cambiando la estrategia: de la lucha al aprendizaje

Para romper este círculo vicioso, la madre necesita replantear su estrategia. La solución no está en luchar contra las rabietas del niño, sino en cambiar la forma en que responde a ellas. Esto requiere un enfoque basado en la aceptación y los valores, que puede resumirse en tres pasos clave:

  1. No ceder al impulso de calmar al niño de inmediato. En lugar de reaccionar automáticamente al llanto, la madre debe aprender a tolerar ese malestar inicial sin apresurarse a resolverlo.

  2. Aceptar el llanto como parte del proceso. Aunque incómodo, el llanto no es un enemigo que deba eliminarse a toda costa. La madre puede verlo como una oportunidad para enseñar al niño a manejar sus emociones de una manera más saludable.

  3. Prestar atención en otros momentos. En lugar de reforzar las rabietas, la madre puede dedicar tiempo a reforzar los comportamientos positivos del niño, dándole atención cuando no esté llorando o gritando.

Afrontando el desafío inicial

Este cambio no es sencillo. Al principio, es probable que el niño intensifique sus rabietas para probar si la nueva estrategia de la madre es firme o si eventualmente cederá. Es un periodo de prueba, tanto para el niño como para la madre, en el que ambos aprenderán algo nuevo. Durante esta etapa, la madre tendrá que soportar el malestar emocional que le genera escuchar el llanto de su hijo sin reaccionar de inmediato.

La clave está en que la madre actúe desde sus valores, como el deseo de educar a su hijo para que desarrolle herramientas emocionales sólidas. A medida que la estrategia se mantenga en el tiempo, las rabietas disminuirán y la relación entre ambos cambiará de manera positiva. Lo más importante es que la madre aprenda a enfocarse más en sus actos—los cuales dejan huellas duraderas—y menos en sus emociones momentáneas de culpa o incomodidad.


Esta metáfora ilustra perfectamente el desafío que enfrentamos cuando tratamos de controlar nuestras emociones o pensamientos indeseados. Al igual que la madre y su hijo, aprender a aceptar y relacionarnos de manera distinta con nuestras experiencias internas es esencial para liberarnos de patrones que nos mantienen atrapados.

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La metáfora del niño con rabietas: un reflejo de nuestra relación con los eventos privados

La metáfora del niño con rabietas no solo describe un desafío en la crianza, sino que también nos ayuda a comprender cómo lidiamos con nuestros eventos privados: pensamientos, emociones, sensaciones físicas, recuerdos o imágenes mentales que no son visibles para los demás, pero que impactan profundamente en nuestra experiencia interna.

Al igual que la madre que intenta controlar las rabietas de su hijo, muchas veces tratamos de controlar estos eventos privados cuando nos resultan desagradables o dolorosos. Lo hacemos luchando contra ellos, reprimiéndolos, evitándolos o distrayéndonos de cualquier forma. Inicialmente, estas estrategias pueden ofrecer un alivio temporal, pero a largo plazo terminan intensificando nuestro malestar, atrapándonos en un círculo vicioso que se parece mucho a las dinámicas entre la madre y el niño.


El paralelismo: el niño como nuestros eventos privados

Imagina que tus pensamientos y emociones difíciles son como ese niño en el parque. Cada vez que surge un pensamiento angustiante o una emoción intensa, reaccionas automáticamente: intentas calmarlos, ignorarlos o satisfacer sus «demandas». Por ejemplo:

  • Si aparece un pensamiento intrusivo, intentas pensar en otra cosa.
  • Si sientes ansiedad, tratas de evitar situaciones que la desencadenen.
  • Si tienes miedo, te alejas de cualquier estímulo que lo provoque.

Estas acciones pueden ofrecer un alivio momentáneo, pero lo que realmente estás haciendo es reforzar el «comportamiento» de tus eventos privados. Les enseñas que, si gritan lo suficientemente fuerte, tú cederás. Como resultado, estos pensamientos, emociones o sensaciones terminan reapareciendo con más frecuencia e intensidad, volviéndose más difíciles de manejar con el tiempo.


Cambiar nuestra relación con los eventos privados

La solución no está en eliminar estos eventos privados, al igual que la madre no puede (ni debería) evitar por completo las rabietas de su hijo. El verdadero cambio ocurre cuando dejamos de luchar contra ellos y aprendemos a relacionarnos de una manera más saludable. Este cambio implica:

  1. Dejar de ceder al control inmediato.
    Así como la madre aprende a no atender de inmediato las rabietas, podemos aprender a no reaccionar automáticamente ante pensamientos o emociones difíciles. Esto no significa ignorarlos, sino dejar de darles tanto poder sobre nuestras acciones.

  2. Tolerar el malestar inicial.
    Al principio, cuando dejamos de luchar contra nuestros eventos privados, estos pueden intensificarse, como el llanto del niño que se vuelve más fuerte. Este es un momento crucial: debemos aprender a estar presentes con nuestras emociones y pensamientos, aunque sean incómodos, sin intentar eliminarlos.

  3. Prestar atención a lo que realmente importa.
    En lugar de dedicar toda nuestra energía a controlar lo que ocurre dentro de nosotros, podemos enfocarnos en acciones consistentes con nuestros valores. Esto significa tomar decisiones y actuar de manera que nos acerquemos a la vida que queremos vivir, independientemente de los pensamientos o emociones que puedan aparecer.


Superar el control: construir una relación basada en valores

Al igual que la madre necesita centrarse en sus valores como educadora para guiar a su hijo de manera saludable, nosotros debemos centrarnos en lo que realmente importa para vivir una vida plena. Por ejemplo:

  • Si uno de tus valores es la conexión social, puedes participar en actividades con amigos o familiares incluso si sientes ansiedad o miedo.
  • Si valoras la creatividad, puedes continuar escribiendo, pintando o expresándote, aunque aparezcan pensamientos críticos o dudas sobre tu capacidad.

Este enfoque no solo reduce el poder que tienen los eventos privados sobre nuestras vidas, sino que también nos permite construir una vida más rica y significativa, basada en nuestros valores en lugar de nuestras luchas internas.


Conclusión: abrazar la aceptación como herramienta de cambio

El niño con rabietas nos muestra que controlar no siempre es la solución. Tanto en la crianza como en nuestra relación con los eventos privados, la clave está en cambiar nuestra actitud hacia el malestar. Al aprender a aceptar la presencia de pensamientos y emociones difíciles sin ceder al impulso de controlarlos, podemos actuar de manera más intencional y vivir con mayor libertad.

Como en cualquier cambio, este proceso no es inmediato ni fácil, pero es profundamente transformador. Al igual que la madre que persiste en educar a su hijo desde sus valores, nosotros podemos aprender a construir una relación más sabia y compasiva con nuestro mundo interno.

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Referencias bibliográficas

  1. Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2016). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change (2nd Edition). Guilford Press.
  2. Harris, R. (2009). ACT Made Simple: An Easy-to-Read Primer on Acceptance and Commitment Therapy. New Harbinger Publications.
  3. Luciano, C. (2009). Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT): Un Tratamiento Centrado en los Valores. Pirámide.

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