El diagnóstico de la HISTERIA es muy antiguo, se remonta hasta la época de la Grecia clásica. Hystéra, en griego, significa útero. Por esta razón etimológica y fisiológica, durante mucho tiempo se pensó que sólo las mujeres pueden padecer histeria, porque sólo ellas tienen útero.
Los síntomas de la histeria han variado mucho a lo largo de los siglos. En el siglo XIX se clasificaron una gran variedad de síntomas bajo la denominación de «histéricos». Es importante saber que el trastorno neurótico más frecuente en los tiempos de Freud fue la Histeria. Sin embargo, actualmente, apenas se dan casos de histeria ni de su descendiente nosológico: la reacción de conversión. Debemos preguntarnos ahora por qué tan increíble descenso de casos, no sólo para comprender la histeria, sino también para entender el efecto de la psicología en la sociedad.
En el siglo XIX, la medicina, incluidas la psiquiatría y la neurología, estaba empezando a asentarse sobre unas bases científicas y empezaban a vincularse las enfermedades con sus patologías correspondientes. Uno de los primeros triunfos del diagnóstico científico consistió en relacionar la tuberculosis con una causa patógena específica: el bacilo de la tuberculosis. Poco a poco se avanzaba en el camino de la ciencia, sin embargo, aún eran muchos los síntomas y signos de enfermedades que no podían relacionarse con ninguna patología orgánica.
La histeria se convirtió en una especie de cajón de sastre diagnóstico para muchos de estos síntomas. Por ejemplo, en el conocido caso de Dora, una de las pacientes de Freud, uno de sus síntomas histéricos era una tos persistente. Es lógico pensar que algunos de los casos que se diagnosticaron como histeria eran, casi con toda seguridad, casos de enfermedades aún no identificadas por la medicina del siglo XIX. Dos enfermedades candidatas a estos “errores de diagnóstico” son la epilepsia focal y la neurosífilis.
En la epilepsia focal, sólo determinadas regiones del cerebro se ven afectadas por los ataques, lo que da lugar a patologías pasajeras del control perceptivo y motor que son precisamente el tipo de síntomas que se asocian a la «histeria».
Por otro lado, una persona enferma de sífilis presenta algunos síntomas inmediatos en los genitales pero, si no recibe el tratamiento adecuado, la espiroqueta permanecerá en el cuerpo en estado latente y, muchos años después, puede atacar al cerebro y al sistema nervioso produciendo trastornos psicológicos graves. Debido a este gran espacio de tiempo que transcurre entre la infección y la aparición de los síntomas psíquicos, era difícil relacionarlos entre sí, por lo que es posible que muchos de los afectados por la sífilis fueran diagnosticados como histéricos.
Independientemente de cuál fuera la realidad subyacente de la «histeria», los médicos del siglo XIX empezaron a considerarla como una enfermedad física de origen desconocido. Antes de la llegada de la medicina científica, la histeria se había considerado como una deficiencia moral, como una debilidad de la voluntad o como una posesión por espíritus malignos. En 1896, en las primeras conferencias en Lowell sobre estados anormales de la mente, William James, quien padecía enfermedades nerviosas, se dirigió a los médicos ilustrados y a los pacientes que sufrían como él diciendo:
«¡Pobres histéricos! Primero se los trató como a víctimas de problemas sexuales… luego de perversidad moral y mendacidad… después de imaginación… nunca se pensaba en ellos simplemente como enfermos»
En ese mismo año (1896) Freud presentó, ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología, un trabajo sobre la histeria en el que expresaba por primera vez su idea de que la histeria tenía una causa psicológica y, más concretamente, sexual. Presidía la sesión el mayor estudioso de psicopatologías sexuales del momento, Richard von Krafft-Ebing, que lo calificó de «cuento de hadas científico». William James, Richard von Krafft-Ebing y los demás miembros de las instituciones médicas (a quienes Freud calificó de «burros») consideraban la concepción estrictamente médica de la histeria como un gran avance.
Desgraciadamente para los pacientes, muy a menudo, los tratamientos de la histeria eran extremadamente crueles. El tratamiento principal era la «electroterapia». Su versión más leve era la «faradización», para la que Freud compró el equipo necesario en 1886.
La paciente, desnuda o sólo cubierta ligeramente, se sentaba en el agua con los pies en un electrodo negativo mientras el médico recorría su cuerpo de la cabeza a los pies con un electrodo positivo . Cada sesión duraba entre diez y veinte minutos y se repetían con frecuencia. Muchos pacientes experimentaban graves reacciones adversas: quemaduras, defecaciones, mareos.
Otras terapias consistían en impedir la respiración de la paciente, en golpearla con toallas mojadas, en someterla a duchas de agua fría, en insertarle tubos por el recto, en aplicarle hierros calientes en la columna vertebral y, en los casos denominados como intratables, practicar ovariotomías y cauterizaciones del clítoris.
Tales tratamientos pueden entenderse en nuestros días como un abuso sobre las mujeres por parte de hombres con poder, sin embargo, hay que tener en cuenta que los tratamientos de algunos trastornos masculinos eran igualmente terroríficos, incluyendo, por ejemplo, la cauterización de determinadas partes de los genitales. Tampoco hay que olvidar que la medicina tan sólo estaba comenzando a basarse en la investigación científica. Los médicos ya habían descartado algunas antiguas teorías sobre las enfermedades, pero apenas estaban empezando a desarrollar otras mejores, como la teoría de los gérmenes, por ejemplo. Además, los médicos tenían que seguir tratando a sus pacientes, por lo que recurrían a cualquier tratamiento que pudiera funcionar.
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Podemos establecer un paralelismo entre los tratamientos psiquiátricos en el siglo XIX y los tratamientos del cáncer en el siglo XX. El cáncer es una enfermedad terrible que actualmente apenas está empezando a desvelar sus secretos. Los médicos hacen pasar a sus pacientes por dolorosos tratamientos de quimioterapia, radioterapia e intervenciones quirúrgicas aun cuando éstos sólo ofrecen reducidas probabilidades de curación.
Aquí os planteo una reflexión:
¿puede ser que parte del atractivo y éxito del psicoanálisis, igual que el de algunos tratamientos alternativos para curar el cáncer, resida en que ofrecer una alternativa a las terapias médicas? Creo que es más sencillo tumbarse en un diván y sufrir el shock de descubrir los secretos de nuestra sexualidad que sentarse en un electrodo y sufrir un electroshock. ¿Qué opináis vosotros? Nos encantaría que compartieseis con nosotros vuestras ideas al respecto en la sección de comentarios de este blog.
Un cambio importante en la concepción de la histeria comenzó con Jean Martín Charcot, cuyas ideas fueron importadas por Freud a Viena tras estudiar con él entre 1885 y 1886. Aunque Charcot continuaba creyendo que había un factor hereditario y orgánico en la histeria, también afirmaba que ésta tenía una importante causa psicológica. Charcot creía que la histeria era una enfermedad unitaria con una única patología subyacente (una conmoción traumática en un sistema nervioso hereditariamente débil) y un conjunto exclusivo de sistemas que la definen. Su modelo era la medicina tal y como estaba surgiendo entonces, en la que determinados grupos de síntomas concretos se estaban relacionando con agentes patógenos específicos, como en el caso de la tuberculosis. Así, Charcot suponía que la histeria, como la tuberculosis, era una enfermedad que existía al margen de la medicina científica de la época, esperando una descripción precisa y un tratamiento eficaz.
Muchos historiadores creen hoy que la histeria no era una enfermedad preexistente descubierta por la medicina, sino un rol social elaborado por la medicina y adoptado por los pacientes sugestionables como una manera de encontrar sentido a sus vidas. Esto, aunque puede resultar difícil de admitir, podría estar explicado por la sugestión social.
La lección clínica en la Salpêtrière
En este cuadro podemos ver a J. M. Charcot en una demostración de un caso de la llamada «gran histeria» ante otros médicos. Este cuadro es emblemático del desafío que supone desarrollar la psicología como ciencia natural y practicarla como una profesión para ayudar al ser humano. Charcot creía que la histeria era una auténtica enfermedad con síntomas fijos. Los historiadores actuales piensan que la histeria era un patrón de conducta construido socialmente, no una enfermedad natural «descubierta» por la psicología. En el cuadro, la paciente de Charcot está a punto de exhibir uno de los supuestos síntomas de la histeria: el Arc du Cercle. Sus ayudantes están preparados para sostenerla en cuanto adopte la postura semicircular en el suelo.
Sin embargo, el Arc du Cercle no es un síntoma, sino una conducta aprendida: obsérvese el dibujo de la izquierda, en la pared sobre los asistentes. El «síntoma» está ahí mismo, a disposición de la paciente para que lo imite. La paciente ha aprendido los síntomas que se supone que debe tener, y éstos a su vez refuerzan la creencia de los médicos en la existencia de una enfermedad ¡que ellos mismos han inventado! Los psicólogos suponen, como Charcot, que investigamos algo -la mente y la conducta- que existe aparte de nuestras teorías sobre ello. La lección clínica en la Salpêtrière constituye un vívido recordatorio de que la psicología puede crear las «realidades» que investiga e inventar nuevas «enfermedades».
La histeria también aparece vinculada al hipnotismo. Charcot, junto con los psicólogos clínicos franceses, creía que el trance hipnótico era un genuino estado alterado de conciencia arraigado en los cambios del sistema nervioso producidos por la inducción del trance. También creían que la hipnosis solo podía emplearse con pacientes que tuvieran alguna psicopatología. En sus experimentos y demostraciones en la clínica de la Salpêtrière inducía, mediante la hipnosis, estados de histeria en sus pacientes.
Esta concepción quedó finalmente descartada por la escuela de hipnosis de Nancy, que consideraba el hipnotismo simplemente como una intensa susceptibilidad a la sugestión. Según la escuela de Nancy los fenómenos hipnóticos serán todo lo que el hipnotizador quiera que sean y lo que el sujeto espere que sean. De igual modo, los síntomas de la histeria eran lo que los médicos aseguraban que eran en sus manuales de diagnóstico y lo que los pacientes esperaban que fueran una vez que habían aceptado el diagnóstico de histeria. La paciente en brazos de Charcot (en el cuadro) ve claramente en la pared lo que se espera que haga. Ni en el hipnotismo ni en la histeria hay una enfermedad subyacente o un estado mental (y mucho menos neurológico) definido.
La historia de la histeria nos aporta una de las lecciones fundamentales que debemos aprender todos los profesionales de la salud, especialmente los que nos dedicamos a la salud mental. La ciencia psicológica representa la lucha por descubrir la naturaleza humana; pero ni la naturaleza humana ni la psicopatología humana existen totalmente sin la sociedad. Cada sociedad trae consigo una cultura, unos valores y unas creencias que condicionan la manera de ver el mundo de los individuos que la forman.
En la Edad Media, los exorcistas creían sinceramente que los demonios eran reales y sus sermones, tratados y preguntas llevaron a muchas personas a creer sinceramente que estaban poseídas por el demonio y, en consecuencia, a actuar como creían que debía hacerlo un ser humano poseído por el demonio. Las expectativas crean una realidad que, a su vez, confirma las expectativas. Esto está bien descrito en el Efecto Pigmalión o la Profecía que se cumple a sí misma.
En el siglo XIX, algunos psiquiatras como Charcot creían que la histeria era una enfermedad real y sus diagnósticos y enseñanzas llevaron a algunas personas a creer que la padecían y, por lo tanto, aprendieron a comportarse como creían que debía hacerlo un histérico. De nuevo, las expectativas creaban la realidad que confirmaba la expectativa. Nunca debemos olvidar lo que los psicólogos dicen: que la naturaleza humana puede crear patrones culturales que las personas corrientes adoptan sin darse cuenta, lo que parece confirmar como un hecho científico algo que no es en realidad sino una creación de las teorías inventadas por los psicólogos. A diferencia de la física o la química, la psicología puede crear su propia realidad y confundirla con la verdad universal.
Y este es el aviso para navegantes que os dije al principio de este vídeo. Cuántas veces leemos las clasificaciones diagnósticas DSM, escribimos blogs o hacemos vídeos hablando de trastornos y describiendo sus síntomas o asegurando, como ocurrió con la histeria, que hemos descubierto un rasgo, trastorno, etc. A veces, tanto los profesionales como el público general, corremos el peligro de entrar en un círculo pernicioso donde todos googleamos tratando de confirmar nuestras sospechas y encontrando toda una oferta proporcionada por la ciencia de la psicología donde casi podemos comprar nuestro diagnóstico a medida.
Esta lección de la Histeria se enseña en la mayoría de las universidades de psicología del mundo para que podamos aprender de ella. Del mismo modo que ocurre con el efecto placebo debemos considerar la variable de la sugestión como un factor siempre presente y que conviene limpiar o diferenciar. Es importante estar atentos a si una enfermedad psicológica o mental es producto de la sugestión y recordar siempre que la ciencia de la psicología y psiquiatría ha evolucionado gracias, sobre todo, a su adscripción del método científico.
Y hasta aquí este blog, si te has quedado con ganas de más, te recomendamos ver el vídeo de este Blog que publicamos en YouTube 🙂